domingo, 6 de septiembre de 2009

El ex-adiestrador de Flipper intenta de nuevo frenar la masacre de delfines en Japón

Richard O’Barry es uno de los activistas más reconocidos en la defensa de los delfines pero la historia no es tan sencilla como parece pues trabajó durante una década con delfines en cautividad aunque lleve ya treinta años en el otro lado de la trinchera. ¿No fue Isaac Rabin un implacabe militar y luego Nobel de la Paz? En la década de los sesenta formaba parte del Seaquarium de Miami, donde se dedicaba a capturar delfines (crías que eran separadas de su madre) y los entrenarlos. Incluidos aquellos que protagonizaron la serie de televisión Flipper, y uso el plural porque por la serie pasaron una veintena de delfines ya que morían cada pocos meses y eran sustituidos. En 1970, tras algunas experiencias en las que vivió de cerca el dolor de estos animales, la tortilla dio la vuelta y creó una ONG que luchaba contra el cautiverio: The Original Dolphin Project.

Pero trasladémonos al presente, en concreto a Taiji, pequeño pueblo costero de Japón que organiza una caza anual de delfines. Hasta allí se ha desplazado el norteamericano con la intención de detener la matanza y evitar que el mar se tiña de rojo como ya es tradición. La bienvenida, claro, fue cualquier cosa menos calurosa. La población local está enojada con lo que consideran como una injerencia en su forma de vida. El enfrentamiento no se ha hecho esperar, O’Barry, de setenta años, vio como los cabecillas del sindicato de pescadores bloqueaban su entrada a las tiendas del pueblo con el fin de evitar que comprara alimentos. Y es que saben que con él se irán sus problemas.

O’Barry planea permanecer en localidad una semana, que está dedicando a charlar con pescadores, periodistas y autoridades con la intención de crear “un tsunami internacional de atención”. No está solo en su empeño, activistas de Greenpeace y otras organizaciones también hacen acto de presencia cada año en la matanza en la que algunos delfines son capturados para ser vendidos por unos cien mil euros y, el resto, asesinados. Es decir, quinientos euros por su carne, muy demandada en todo Japón al igual que la de ballena. El método es bastante mezquino, los animales son acorralados en la bahía de Taiji haciendo ruido y usando redes.

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